La voz del Interior - Córdoba. Alejandro Mareco

En Rosario, el Encuentro nacional de Músicos dejó otra fecunda marca en su camino. Tomaron parte notables y talentosos artistas.

La última nota se apaga temblando como un sus¬piro y, acaso, abre la puerta del auditorio, se desliza unos pocos metros y se sube a la piel del agua donde viajan todos los suspiros que resisten co¬mo un susurro eterno: el río Paraná.

Valeria Arnal y Mario Díaz, sentados en la orilla del escenario y ya sin micrófonos para las voces y la guitarra, son quienes soltaron el acorde y la palabra final, al cabo de haber entonado con delicia un puñado de canciones.

En el Centro Cultural Parque España, en Rosario, la consumación de la noche del sábado, penúltima del Encuentro Nacional de Músicos, se ha desvanecido así, con un elogio de lo sutil, con la próspera intención de revelar una versión de la profundidad estética que habita en la música argentina.

El espíritu de los artistas que pasaron por la escena, el sábado y toda la semana, es el mismo que alienta a los inspiradores de la reunión.

Y no sólo se trata de revelar una versión de la belleza, sino también de atraparla y plantarla como una semilla en la canción del porvenir. Es que el Encuentro ha atravesado ya 13 años de prédica y acción que se alimentan de dos afluentes: uno, el espectáculo nocturno que cierra las jornadas; y otro, el de los laboriosos talleres que suceden mientras la ciudad trajina a plena luz del día.

Por eso es que en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa fue posible verlo a Jorge Fandermole, emblema rosarino, frente a un centenar de músicos jóvenes, en la tarea de guiar en la invención de una melodía para una chacarera trunca. O escucharlo decir que para escribir las letras hay que leer mucho, no sólo poesía, sino también literatura y hasta libros de ciencias, si de abrir los poros del alma y de la mente se trata.

Y más allá, en otras “aulas”, a la admirada pianista Lilian Saba en plena construcción de un ensamble instrumental. Más allá, el talentoso Roberto Calvo hace algo parecido con un grupo vocal. Ambos ensambles quedarían estrenados el mismo sábado, cuando a través de un repertorio folklórico mínimo le ofrendarían al público lo aprendido y lo logrado.

La noche seguiría con otra propuesta muy singular: la rosarina Musimedios Big Band, todo un aporte: la formación típica del jazz, pero con el color de tanto bronce al servicio de motivos argentinos. Lo hizo en dos tramos. Uno con invitados notables: el guitarrista Néstor Gómez (Cuarto elemento, Los amigos del Chango) y el percusionista Juancho Perone (uno de los responsables el Encuentro). El otro, con el gran José Luis Castiñeira en la dirección para interpretar obras propias, como la que fue banda de sonido del filme Cipayos, de Jorge Coscia.

Un remanso

Y antes del cierre, a cargo de Díaz-Arnal (vecinos de Córdoba), se plantaría otra celebración de lo delicado: Marcos Di Paolo, en la guitarra, más el arrobador canto de Chiqui Ledesma, una fresca voz de mujer que sabe conmover porque sabe de la canción que tiene en la garganta.

El viernes, la noche tuvo un temperamento parecido, como cobijada por el mismo río. La joven formoseña Analuz Blanco había traído un manojo de desvelos de aguas, que se deslizaban por su voz con afinación y frescura.

Luego, el trío Dos Más Uno, liderado por el impactante guitarrista chaqueño Marcelo Dellamea (junto con su hermano Hugo, también en guitarra, y a Ariel Sánchez en percusión), de sólo 25 años, tendió un sabroso compendio de versiones con resultado original (como el vals peruano Amarraditos). A continuación, el jujeño Santiago Arias hizo sentir cercana la respiración de su bandoneón solitario.

El final llegó con el personal protagonismo de Liliana Herrero, entrerriana ilustre que hace pasar las canciones por su cuerpo y hasta por su pelo, mientras se detiene una y otra vez a saborearlas de nuevo. A su lado, en el piano, cabía todo el talento de Lilian Saba.

Por el encuentro habían pasado, en los días previos, Jorge Fandermole, Teresa Parodi y otros. Anoche, el cierre de una laboriosa y fecunda manera de plantar una propuesta a la salud sensible de la música argentina llegaba con Los amigos del Chango, orquesta criolla.

Luego, todos los suspiros irían a parar al río, hasta que, dentro de un año, los traiga de regreso.